Otra vez el móvil. La Ley de Murphy no falla. Acababa de terminar una asistencia a una víctima de violencia doméstica y cuando me había alejado veinte metros del Juzgado de guardia volvían a requerirme.
Conteste con una sonrisa forzada –el interlocutor lo nota, según leí en alguna parte—y procurando disimular el cansancio en mi voz.
- Llaman del Juzgado de guardia por que una víctima de violencia doméstica quiere solicitar una orden de protección y ha pedido abogado de oficio, me dice la telefonista.
- Pues que suerte –le contesto sonriendo esta vez sin fingir—por que estoy a unos metros, acabo de salir.
Tras despedirme, tomar los datos pertinentes, y colocar el móvil de la guardia en el bolsillo, junto al mío personal, retomo mis pasos en dirección al Juzgado de Guardia, de donde acababa de salir.
Tras acercarme al mostrador le pregunto a la funcionaria
- ¿Quién ha pedido un letrado del Servicio de Atención a las Víctimas de Violencia Doméstica?
La funcionaria levanta una ceja con gesto de sorpresa.
- ¿Pero tú no te acabas de marchar?
- Si --le susurro mientras suspiro—pero esta guardia esta calentita.
Tras informarme del funcionario, funcionaria en este caso, que me ha requerido, me acerco a mis clientes.
Y digo mis clientes por que la funcionaria me señala a tres personas que esperaban sentados en los asientos de la zona de espera.
Aparentaban ser un matrimonio de clase obrera, pues el llevaba ropa de trabajo, y ella iba vestida de forma sencilla y con ropa muy usada pero limpia. Me miraba tras unas gafas de cristales muy gruesos. Calculé que estarían los dos entre los treinta y cinco y la cuarentena.
Entre ellos se sentaba una chica con acné muy pronunciado, con el pelo teñido de rubio platino, casi blanco, y exageradamente maquillada para los dieciséis o diecisiete años que aparentaba.
Vestía unos pantalones acampanados años setenta color pistacho y calzaba un híbrido entre botas y zapatos deportivos de suela escandalosamente gruesa, del estilo al de las muñecas bratz que le gustan a mi hija María.
De cintura para arriba lucía una camiseta muy ajustada y escotada y de mangas que solo le llegaban hasta las muñecas, dejando entrever el poco pecho que tenía.
El modelito me pareció bastante desagradable a la vista, pero en fin, para gustos, los colores.
Tras las presentaciones, observé que, al contrario de lo que suele ser habitual, no parecían nerviosos y que la portavoz familiar era la madre.
La historia, por sabida, no dejaba de ser lamentable, pero en aquel momento no podía imaginar mi grado de implicación con esa familia y su problema.
Tras las presentaciones les rogue que me contaran el problema.
Tras tomar aire, la madre empezó la historia.
Laura, que así se llamaba la chica, había tenido novio hasta principios de verano. La relación era conocida y consentida por los padres de Laura, pero detecté que ese consentimiento era fruto de la impotencia y la pérdida de control sobre Laura.
Ana, la madre, me iba desgranando con relativa coherencia y cierta tranquilidad los hechos: que había visto muy rara a su hija en los últimos días, y tras mucho insistir, consiguió que le confesara que Andrei, su novio lituano, le calentaba con frecuencia y cada vez mas fuerte y por motivos más banales.
Vaya con el cabrón de Andrei, pensé, tendremos que hacer algo.
Tras la confesión, Ana convenció a Laura para que dejara a Andrei y buscara alguien que le expresase su cariño sin darle de ostias.
El hijoputa de Andrei parece que se lo tomo bastante mal, y, luego de que Laura le comunicara su decisión por teléfono, este había empezado a amenazarla por teléfono y a buscarla por todas partes.
Llegados a este punto, Ana le pidió a Laura su móvil y me enseño hasta tres mensajes de contenido amenazante en el teléfono de Laura.
Entre los XQ y TQRO habituales de los SMS, se dejaba entrever que Laura y Andrei habían mantenido constantes y habituales relaciones sexuales.
Busque la mirada de Ana, y tras los gruesos cristales de sus gafas, salvo cansancio y horas de insomnio, no pude adivinar nada más.
El caso es que el Andrei, al final dio con Laura.
Aconsejada por su madre de que no contestara a sus llamadas telefónicas, Andrei empezó a hacer uso de esa astucia de las llamadas ocultas para que Laura no supiera a ciencia cierta que el la llamaba.
Ante semejante derroche de ingenio, Andrei consiguió que la curiosidad de Laura pesara más que los consejos de Ana, y contestara a las llamadas, aunque no hablaba y dejaba que Andrei se explayara.
Cuando Andrei escuchaba a Laura decir ¿digamé? , se enfurecía cual cabestro del tres al cuarto y salpicaba el oído de la niña con todo tipo de lindezas.
En una de estas, Andrei, que según he podido saber después es bastante hijoputa pero no es tonto del todo, escucho y reconoció de fondo la voz de una amiga de Laura.
A casa de esta amiga Laura solía acudir alguna tardes a charlar o hacer lo que demonios hagan las chicas de dieciséis años cuando se juntan.
Andrei lo sabia, y reconocer la voz y saber donde estaba Laura fue todo uno.
A los diez minutos, el cabestro estaba aporreando la puerta de la casa de la amiga, exigiendo a gritos que saliera Laura.
Laura y la amiga, después de hacerse caquita encima, deciden que lo mejor va a ser que Laura salga y se lleve al energúmeno de allí, pues los papás de la amiga están por volver y no va a ser cosa de montar un escándalo, que los vecinos ya empiezan a mosquearse y las mirillas a parpadear.
Laura, con el ánimo de cristiano que salta a la arena del Coliseo, abre la puerta, sale, y la cierra tras de si.
En este punto, la versión es algo confusa, pero a los fines que a mi me interesaban, resulta que Andrei, tras tratar a su novia de puta para arriba, la da un par de leches, y a los cinco segundos, arrepentido, intenta besar a la niña, que lógicamente se niega.
El capullo de Andrei, ante lo injusto de la reacción de Laura, le mete un bocado en el cuello al más puro estilo Tyson.
Tras zafarse como puede del cariñoso abrazo de su ex, Laura consigue que su amiga le abra la puerta y la refugie.
La amiga, tras entender habilmente que el arrobo de las mejillas de Laura no era por darse el colorete y ver el moratón del cuello, sintió una imperiosa y urgente necesidad de visitar el baño --desde aquel día, y van siete meses, no caga duro-- y le dice a Laura que casi va a ser mejor que se marche no vaya a ser que el angelito vuelva y la tome con las dos.
Ante la valiente actitud de su ya examiga y con la seguridad de que su también exnovio la estaba esperando en la calle para tener algo más que palabras, Laura salió a la calle.
El instinto de Laura no había fallado. Tras caminar unos metros por la calle en dirección a su casa, se paró en seco al adivinar al otro lado de la calle, tras los primeros árboles que anunciaban el parque, una sombra sospechosa que se movía a la vez que ella.
Andrei, al verse descubierto, se dirigió en línea recta hacia Laura para terminar la faena, cruzando sin mirar la calle.
Un coche que pasaba estuvo a punto de atropellarlo y se vio obligado a frenar de golpe.
El ruido de los neumáticos chirriar contra el asfalto hizo girar la cabeza tanto a Andrei como a Laura.
Ni uno ni otro creyeron lo que vieron.
Para alegría de Laura y desesperación de Andrei, el coche que había frenado era de la policía local.
Los policías, adivinando que allí no se cocía nada bueno, orillan el vehículo y uno de los dos miembros de la dotación se baja del coche justo a tiempo para recoger a Laura, que se lanzaba en sus brazos pidiendo socorro, y ver como el machito de Andrei tomaba las de villadiego a la carrera.
El poli, que por suerte era joven, dejó a Laura al cuidado de su compañero, y corrió tras el valiente.
A los pocos minutos volvió con el bueno de Andrei hecho un paquetito, esposado y listo para setenta y dos horas de detención por cuenta del estado. El olor a mierda de Andrei evidenciaba que se había cagado.
Los policías llamaron a otra dotación para que acompañara a Laura a casa.
Mientras Laura esperaba, no podía oír lo que Andrei decía desde el interior del vehículo policial, pero si podía ver el odio que destilaba su mirada.
- Todo esto ocurrió ayer, terminó Ana, y nos han dicho que nos conviene pedir una orden de protección.
Tras casi un minuto de silencio, en el que intenté sin éxito asimilar el relato, cotesté.
- Les han aconsejado bien.
Creo que fue en ese momento cuando me di cuenta que hasta entonces Laura no había dicho ni una sola palabra.
Conteste con una sonrisa forzada –el interlocutor lo nota, según leí en alguna parte—y procurando disimular el cansancio en mi voz.
- Llaman del Juzgado de guardia por que una víctima de violencia doméstica quiere solicitar una orden de protección y ha pedido abogado de oficio, me dice la telefonista.
- Pues que suerte –le contesto sonriendo esta vez sin fingir—por que estoy a unos metros, acabo de salir.
Tras despedirme, tomar los datos pertinentes, y colocar el móvil de la guardia en el bolsillo, junto al mío personal, retomo mis pasos en dirección al Juzgado de Guardia, de donde acababa de salir.
Tras acercarme al mostrador le pregunto a la funcionaria
- ¿Quién ha pedido un letrado del Servicio de Atención a las Víctimas de Violencia Doméstica?
La funcionaria levanta una ceja con gesto de sorpresa.
- ¿Pero tú no te acabas de marchar?
- Si --le susurro mientras suspiro—pero esta guardia esta calentita.
Tras informarme del funcionario, funcionaria en este caso, que me ha requerido, me acerco a mis clientes.
Y digo mis clientes por que la funcionaria me señala a tres personas que esperaban sentados en los asientos de la zona de espera.
Aparentaban ser un matrimonio de clase obrera, pues el llevaba ropa de trabajo, y ella iba vestida de forma sencilla y con ropa muy usada pero limpia. Me miraba tras unas gafas de cristales muy gruesos. Calculé que estarían los dos entre los treinta y cinco y la cuarentena.
Entre ellos se sentaba una chica con acné muy pronunciado, con el pelo teñido de rubio platino, casi blanco, y exageradamente maquillada para los dieciséis o diecisiete años que aparentaba.
Vestía unos pantalones acampanados años setenta color pistacho y calzaba un híbrido entre botas y zapatos deportivos de suela escandalosamente gruesa, del estilo al de las muñecas bratz que le gustan a mi hija María.
De cintura para arriba lucía una camiseta muy ajustada y escotada y de mangas que solo le llegaban hasta las muñecas, dejando entrever el poco pecho que tenía.
El modelito me pareció bastante desagradable a la vista, pero en fin, para gustos, los colores.
Tras las presentaciones, observé que, al contrario de lo que suele ser habitual, no parecían nerviosos y que la portavoz familiar era la madre.
La historia, por sabida, no dejaba de ser lamentable, pero en aquel momento no podía imaginar mi grado de implicación con esa familia y su problema.
Tras las presentaciones les rogue que me contaran el problema.
Tras tomar aire, la madre empezó la historia.
Laura, que así se llamaba la chica, había tenido novio hasta principios de verano. La relación era conocida y consentida por los padres de Laura, pero detecté que ese consentimiento era fruto de la impotencia y la pérdida de control sobre Laura.
Ana, la madre, me iba desgranando con relativa coherencia y cierta tranquilidad los hechos: que había visto muy rara a su hija en los últimos días, y tras mucho insistir, consiguió que le confesara que Andrei, su novio lituano, le calentaba con frecuencia y cada vez mas fuerte y por motivos más banales.
Vaya con el cabrón de Andrei, pensé, tendremos que hacer algo.
Tras la confesión, Ana convenció a Laura para que dejara a Andrei y buscara alguien que le expresase su cariño sin darle de ostias.
El hijoputa de Andrei parece que se lo tomo bastante mal, y, luego de que Laura le comunicara su decisión por teléfono, este había empezado a amenazarla por teléfono y a buscarla por todas partes.
Llegados a este punto, Ana le pidió a Laura su móvil y me enseño hasta tres mensajes de contenido amenazante en el teléfono de Laura.
Entre los XQ y TQRO habituales de los SMS, se dejaba entrever que Laura y Andrei habían mantenido constantes y habituales relaciones sexuales.
Busque la mirada de Ana, y tras los gruesos cristales de sus gafas, salvo cansancio y horas de insomnio, no pude adivinar nada más.
El caso es que el Andrei, al final dio con Laura.
Aconsejada por su madre de que no contestara a sus llamadas telefónicas, Andrei empezó a hacer uso de esa astucia de las llamadas ocultas para que Laura no supiera a ciencia cierta que el la llamaba.
Ante semejante derroche de ingenio, Andrei consiguió que la curiosidad de Laura pesara más que los consejos de Ana, y contestara a las llamadas, aunque no hablaba y dejaba que Andrei se explayara.
Cuando Andrei escuchaba a Laura decir ¿digamé? , se enfurecía cual cabestro del tres al cuarto y salpicaba el oído de la niña con todo tipo de lindezas.
En una de estas, Andrei, que según he podido saber después es bastante hijoputa pero no es tonto del todo, escucho y reconoció de fondo la voz de una amiga de Laura.
A casa de esta amiga Laura solía acudir alguna tardes a charlar o hacer lo que demonios hagan las chicas de dieciséis años cuando se juntan.
Andrei lo sabia, y reconocer la voz y saber donde estaba Laura fue todo uno.
A los diez minutos, el cabestro estaba aporreando la puerta de la casa de la amiga, exigiendo a gritos que saliera Laura.
Laura y la amiga, después de hacerse caquita encima, deciden que lo mejor va a ser que Laura salga y se lleve al energúmeno de allí, pues los papás de la amiga están por volver y no va a ser cosa de montar un escándalo, que los vecinos ya empiezan a mosquearse y las mirillas a parpadear.
Laura, con el ánimo de cristiano que salta a la arena del Coliseo, abre la puerta, sale, y la cierra tras de si.
En este punto, la versión es algo confusa, pero a los fines que a mi me interesaban, resulta que Andrei, tras tratar a su novia de puta para arriba, la da un par de leches, y a los cinco segundos, arrepentido, intenta besar a la niña, que lógicamente se niega.
El capullo de Andrei, ante lo injusto de la reacción de Laura, le mete un bocado en el cuello al más puro estilo Tyson.
Tras zafarse como puede del cariñoso abrazo de su ex, Laura consigue que su amiga le abra la puerta y la refugie.
La amiga, tras entender habilmente que el arrobo de las mejillas de Laura no era por darse el colorete y ver el moratón del cuello, sintió una imperiosa y urgente necesidad de visitar el baño --desde aquel día, y van siete meses, no caga duro-- y le dice a Laura que casi va a ser mejor que se marche no vaya a ser que el angelito vuelva y la tome con las dos.
Ante la valiente actitud de su ya examiga y con la seguridad de que su también exnovio la estaba esperando en la calle para tener algo más que palabras, Laura salió a la calle.
El instinto de Laura no había fallado. Tras caminar unos metros por la calle en dirección a su casa, se paró en seco al adivinar al otro lado de la calle, tras los primeros árboles que anunciaban el parque, una sombra sospechosa que se movía a la vez que ella.
Andrei, al verse descubierto, se dirigió en línea recta hacia Laura para terminar la faena, cruzando sin mirar la calle.
Un coche que pasaba estuvo a punto de atropellarlo y se vio obligado a frenar de golpe.
El ruido de los neumáticos chirriar contra el asfalto hizo girar la cabeza tanto a Andrei como a Laura.
Ni uno ni otro creyeron lo que vieron.
Para alegría de Laura y desesperación de Andrei, el coche que había frenado era de la policía local.
Los policías, adivinando que allí no se cocía nada bueno, orillan el vehículo y uno de los dos miembros de la dotación se baja del coche justo a tiempo para recoger a Laura, que se lanzaba en sus brazos pidiendo socorro, y ver como el machito de Andrei tomaba las de villadiego a la carrera.
El poli, que por suerte era joven, dejó a Laura al cuidado de su compañero, y corrió tras el valiente.
A los pocos minutos volvió con el bueno de Andrei hecho un paquetito, esposado y listo para setenta y dos horas de detención por cuenta del estado. El olor a mierda de Andrei evidenciaba que se había cagado.
Los policías llamaron a otra dotación para que acompañara a Laura a casa.
Mientras Laura esperaba, no podía oír lo que Andrei decía desde el interior del vehículo policial, pero si podía ver el odio que destilaba su mirada.
- Todo esto ocurrió ayer, terminó Ana, y nos han dicho que nos conviene pedir una orden de protección.
Tras casi un minuto de silencio, en el que intenté sin éxito asimilar el relato, cotesté.
- Les han aconsejado bien.
Creo que fue en ese momento cuando me di cuenta que hasta entonces Laura no había dicho ni una sola palabra.
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