3 de febrero de 2006

Basado en un hecho real (II)

Todavía estaba asimilando el relato de Ana, cuando la funcionaria me llamo para darme la copia del atestado policial.

Tras disculparme ante mis clientes, me encerré en el despacho de los abogados de guardia a leerlo con tranquilidad.

Andrei aparentemente no tenía condenas anteriores, pero si había estado detenido en una ocasión hacía unos meses por un delito de allanamiento de morada.

El relato del atestado policial incluía la denuncia presentada por Ana en nombre de Laura y coincidía a grandes rasgos con la historia que me habían contado. Tras tomar algunas notas en mi bloc, salí del despacho y me dispuse a explicar a la familia como se iban a desarrollar los acontecimientos a partir de ese momento.

- Vamos a solicitar una orden de protección dentro del procedimiento de juicio rápido que se va a celebrar dentro de unos minutos. Con eso conseguiremos que el juez le ordene a Andrei que no se acerque ni se comunique con Laura. Al mismo tiempo le vamos a acusar por un delito de lesiones específicas por violencia doméstica por la agresión y por una falta de amenazas por los mensajitos del móvil. Si su defensa se conforma con esta acusación, hoy mismo será condenado con una rebaja de un cuarto de la pena que pidamos. Si no se conforma, iremos a juicio dentro de unos días y entonces le condenarán a la pena completa.

- ¿Laura va a tener que verlo? me pregunto Ana.

- No –contesté- la ley establece un procedimiento que supone que al menos hoy no se encontrarán. Si su defensa se la quiere jugar y va a juicio normal, en teoría si se verán, pero pediré entonces que declare tras un biombo para que ni ella ni él tengan contacto visual.

Tras rogar a Ana y su familia que aguardaran en la sala de espera, pase a la zona reservada del Juzgado de Guardia.

Allí pregunté por la abogada de Andrei y un funcionario me la señaló.

La letrada de Andrei era una compañera pequeñita, de mi edad, o sea, más cerca de los cuarenta que de los treinta. Era una letrada fashion de ojos azules tipo Ally MacBeal; que van al juzgado vestidas como si fueran de boda en vez de a currar defendiendo a lo más granado de los bajos fondos de la ciudad.

Vestía un pantalón negro muy ajustado, de tela cara, de esa que recuerda a la seda, y jersey color crudo algo pasado de moda, de esos de cuello alto y manga corta que hicieron furor en las pijas hace años. Me llamó la atención la pulsera que llevaba en la muñeca izquierda. Era muy ancha, negra, de algo parecido al terciopelo con adornos de pedrería negros. Ally era rubia teñida, con el pelo liso y media melena, muy cuidado, como recién salido de la peluquería. Cuando me acerqué a ella olí a perfume caro.

Como era habitual, Ally, mi compañera, ya se había entrevistado con Andrei en comisaría y tenía conocimiento de la acusación y de la denuncia.

Tras intercambiar una muda mirada de saludo, me aproxime a ella y le pregunté

- ¿Llevas idea de conformarte?

Me miró sin expresar ninguna emoción.

- No, en absoluto. Es tu clienta la que no deja en paz al mío y la culpable de la situación es sólo ella.

Conté mentalmente hasta diez, el tiempo suficiente para parar las palabras que me subían por la garganta. “Esta haciendo su trabajo, tu harías lo mimo en su lugar, tu harías lo mismo en su lugar” me repetí varias veces.

Con la mejor de mis sonrisas forzadas le dije:

- Bueno, pues iremos a juicio al penal, pero voy a pedir alejamiento y no comunicación en orden de protección.

- No me voy a oponer

Ni aunque te opusieras Ally -pensé- se la van a imponer igual.

En ese momento suben de calabozos a Andrei y lo pude ver por primera vez.

Escoltado por un policía y sin esposar, aparentaba los veintidós años que el atestado decía que tenía, y con una altura que apenas pasaba del metro sesenta y cinco rompía el estereotipo de los lituanos y demás naturales de la antigua república soviética o del este de Europa.

Tenía el pelo cortado casi al cero y sus ojos, de un azul claro, buscaban alguna cara conocida.

Al ver a su abogada, intentó decir algo, pero el policía, con suavidad pero con firmeza, lo tomó de un brazo y lo introdujo en el despacho de la juez de guardia.

- ¿Has hablado con la fiscal? Le pregunté a la MacBeal

- Yo no, ¿y tú?

- No me hace falta, ya he hablado bastantes veces con ella hoy y sé que apoyará mi petición.

Pasamos al despacho de la juez y tras los saludos de Ally a esta y a la fiscal, y un gesto mío con la cabeza a las dos funcionarias con las que ya me había reunido en varias ocasiones a lo largo de la mañana, comenzamos la comparecencia.

El interrogatorio a Andrei fue breve pero conciso.

Tras afirmar que hablaba y entendía el castellano, renunció al intérprete y escuchó como la juez le leía sus derechos.

Tras firmar la lectura de derechos la Juez le preguntó por el contenido de la denuncia y, en pocas palabras, Andrei negó todos los hechos, y contó una historia que nada tenía que ver con el relato de la denuncia de Ana y Laura.

La voz de Andrei era casi un susurro, y hablaba muy bien el castellano.

Lo hablaba demasiado bien.

Se extendía demasiado en las respuestas, y enlazaba con cuestiones que nada tenían que ver con lo preguntado, de manera que era necesario que la juez le cortara y le pidiera que se limitara a contestar a lo preguntado.

Todos los que estábamos en la sala nos dimos cuenta que mentía, y además mentía muy mal.

Cuando llegó el turno de preguntas de la fiscal, siguió en la misma línea. Contestaba de manera muy confusa y atropellada, contando historias increíbles y asegurando que tenía cientos de testigos que podrían acreditar que el no había agredido a Laura. Que eran novios, que ella le quería y que no sabía por que estaba allí.

Cuando la juez me dio la palabra le pregunté por el mordisco y por el parte de lesiones del Hospital que había atendido a Laura.

Sus respuestas se iban por los cerros de Úbeda. Pedí a la juez que le conminara a responder a las preguntas, y allí fue cuando cometió su primer error.

Declaró que el mordisco no se lo había dado ese día, sino otro.

“Bingo” pensé, te acabas de ganar unos mesecitos a la sombra por lesiones en ámbito doméstico.

Le pregunté por los mensajes de texto y sobre los números de teléfono desde los que habían sido mandados.

Reconoció un mensaje y negó los otros dos.

Le pregunté si los números de origen eran suyos y contestó que uno si pero el otro no.

Volví a preguntarle si el número que negaba, el seis seís cinco … era suyo y lo volvió a negar.

En su turno de preguntas Ally intentó quitar hierro al asunto, intentando dejar a Laura como una putilla calienta pelotas.

Por la cara de la fiscal y la juez me di cuenta de que estaba consiguiendo el efecto contrario al pretendido.

Terminado el interrogatorio y firmadas las actas, era el momento de que pasara Laura acompañada de Ana.

Mientras esperábamos, la juez le pregunto a Ally si se iba a conformar con la acusación.

Ally, levantándose un poco del asiento para darse impulso contestó que rotundamente no, que su cliente no era culpable, que lo negaba todo y que …

La juez le cortó.

- Con el “no” era suficiente.

En ese momento, se abrió la puerta y entraron Laura y Ana.

Tras tomar asiento, observé que, como era habitual, tanto el rostro de la juez como el de la fiscal se habían dulcificado un poco y examinaban con interés a Laura.

Tras las presentaciones y la lectura de los derechos que como víctima tenía, empezó la declaración de Laura.

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