3 de febrero de 2006

Basado en un hecho real (III)

La primera vez que oí la voz de Laura no la olvidaré nunca. Tuve la misma sensación de sorpresa que cuando entrevistan a alguien que dobla a un actor famoso. No cuadra la voz con la cara, o la cara con la voz.

Al escuchar la voz de Laura, instintivamente miré tras ella para ver si realmente era quien hablaba o no. Tiene una voz y un acento muy oído en los chistes de gitanos, del tipo “Ayyyyyy paaaaaaaaallo” o algo así. Muy cómico sino fuera por la situación.

Meses más tarde, un fiscal muy cachondo, al conocer a fondo la historia de Laura y Andrei les apodaría -con una gracia que entonces no encontré- como “la Jessy” y “el Rubén”, personajes de un programa de televisión llamado “hommo zaping”.

Lo cierto es que ese –vamos a llamarlo acento- me descolocó y al repasar mis conversaciones con Ana como con Salvador, así se llamaba el padre de Laura, no encontré en ellas indicio de acento o forma de hablar similar. A día de hoy ignoro los motivos del deje calé de Laura.

Pasada mi sorpresa inicial, a preguntas de la juez de guardia, Laura, con cierto esfuerzo debido a lo desconocido de la situación, fue desgranando poco a poco los hechos, empezando a contar la relación con Andrei desde el inicio.

El cuadro clínico que describía es lo que yo profesionalmente denomino “cabronazo-que-se-cree-que-su-novia/mujer/rollo-es-de-su-propiedad” y con esa concepción cosificada de la novia/mujer/rollo se cree con el derecho natural, consuetudinario o divino, según el origen cultural o religioso del cabronazo, de sacudirle la badana con una intensidad y frecuencia variables según el caso.

Es obvio que este tratamiento físico esta reservado a la novia/mujer/rollo y no al resto de seres vivos, incluidos animales; aunque no descartan ampliar el tratamiento a los hijos de la novia/mujer/rollo si se interponen en el tratamiento físico-educativo, o aquellos entrometidos –léase trabajadores sociales, agentes de policía, abogados y otros metomentodo- que le afeen la conducta o incluso aconsejen al objeto de su propiedad denunciarle.

Tras extraer entre la juez y la fiscal los hechos del interior de Laura, como quien extrae una cuerda muy fina desde su interior que no hay que romper, poco a poco y sin tirones bruscos, quedo poca chicha para aprovechar.

Mis preguntas, buscando no repetir las ya planteadas, incidieron en la parte más abrupta, aclarando detalles, o dándole a Laura la oportunidad de relatar cuestiones concretas que me había contado Ana y que juez y fiscal no habían preguntado, y sobre todo, edificando, con las respuestas ya sabidas, las paredes de la celda para Andrei, apuntalando los cimientos fundamentalmente en el hecho de las lesiones y las amenazas.

Ally MacBeal en su turno de preguntas, intentó sin éxito dar la vuelta a la tortilla basando sus preguntas en la sarta de mentiras que Andrei había soltado en ese mismo despacho hacía unos minutos.

Como no hay más cera que la que arde, terminadas las declaraciones, salieron Laura y Ana y la policía volvió a subir a Andrei para la vista del juicio rápido propiamente dicha.

Cuando entró de nuevo en el despacho, como ya era veterano y sabía el papel de cada uno, interpretó el suyo dedicándome una mirada de duro de peli serie b.

Conmigo vas dao chaval, pensé.

La comparecencia comenzó y la fiscal solicitó la celebración de juicio en el que Andrei tendría la condición de acusado de un delito de violencia doméstica, y nos leyó su escrito de acusación.

En ese momento nos entregó a Ally y a mí una copia de su escrito. En un aparte me encomendó la tarea de ocuparme de averiguar la exacta identidad de la amiga cagueta de Laura para citarla al juicio, ya que Ally ya le había comentado que no iba a conformarse y habría juicio ante el juzgado de lo penal, y Laura en su declaración manifestó no recordar exactamente apellidos y dirección de su amiga.

Tras la acusación de la fiscal, haciendo uso de mi derecho, solicité un aplazamiento de hasta cinco días para presentar mi escrito de acusación y la juez me lo otorgó.

Ally se mostró conforme con todo menos con la acusación de la fiscal y se le remitió a presentar su escrito de defensa cuando yo presentara el mío.

Cerrada el acta y firmada, la juez nos emplazó para el juicio ante el juzgado de lo penal en aproximadamente diez días.

En ese momento solicité lo que la juez me indicaba con una mirada en silencio que estaba esperando desde hacía rato: la orden de protección.

Tras exponer someramente y de forma jurídica lo cabrón que es el Andrei, las ostias que le ha dado a Laura y las que le va a dar sino le ponemos coto, solicité a su señoría que prohibiera a Andrei aproximarse físicamente a menos de trescientos metros a Laura, a su domicilio y a la academia donde estudia estilismo; así como prohibiera a Andrei comunicarse con ella por cualquier medio, inclusive el móvil.

La fiscal aplaudió con las orejas y dijo que bueno, que conforme y que no añadía nada.

Ally, no sabiendo muy bien como lidiar el tema mostró su conformidad con las medidas solicitadas.

Terminado el acto, nos levantamos muy formales y todos nos dimos la mano y nos saludamos. Bueno todos menos yo, que no salude a la juez y a la fiscal por que ya las había saludado y despedido tres veces a lo largo de la mañana, y sabe Dios, tal y como pintaban las cosas, si no nos volviéramos a ver en un rato.

Cuando salimos, nos dispusimos a esperar la redacción final del papeleo, del auto de protección fundamentalmente, y aproveche la ocasión para susurrar a Ally con una sonrisa:

- Dile a tu cliente que como se vuelva a acercar a Laura me voy a encargar personalmente de que lo empapelen.

La verdad es me pasé con el tono y Ally se asustó un poco. Pero de algo tienen que servir un metro noventa de abogado y ciento diez kilos de peso.

Ally, retrocediendo un poco, me contestó con voz un poco chillona.

- Y tú dile a la tuya que tampoco le llame ni se acerque a él.

Y muy digna se dio la vuelta y se marchó al otro extremo de la sala.

Algunos dicen que soy un cerdo no corporativo y que esos modos de Eastwood en Harry el sucio con los compañeros me van a perder un día, pero ellos no saben lo que disfruto.

Para entretener la espera me acordé de que el macho men de Andrei había negado ante la juez ser el titular de determinado número de móvil desde el que se habían mandado amenazas, y que Ana me había asegurado de que ese móvil era suyo

Localicé la copia de la declaración de Andrei y tras encontrar el número, lo marqué en mi móvil y esperé.

Había dos opciones: si daba apagado y fuera de servicio, casaba con que fuera de Andrei, por que la policía retira a los presos los móviles y los apaga.

Sin embargo, si alguien contesta, chungo. Señal de que Andrei no tenía ese móvil en su poder cuando lo detuvieron.

Pronto la duda que me embargaba se desvaneció:

“el número al que llama esta apagado o fuera de cobertura en este momento”

Colgué pensando que cuando pusieran en libertad a Andrei lo volvería a intentar.

En ese momento me llamó la funcionaria encargada del asunto y me entregó el auto de protección.

La juez había adoptado todas las medidas que yo había solicitado, y de propina obligaba a Andrei a presentarse en el juzgado los días uno y quince de cada mes.

Con el papel en la mano, me acerqué a Laura, Ana y Salvador y les comenté lo sucedido y haciéndoles entrega de una copia del documento.

Pensando en las palabras de Ally, miré muy serio a Laura, y poniendo cara de duro de película le dije.

- Ahora pondrán en libertad a Andrei. No quiero que vuelvas a tener nada con ese cobarde, ni llamadas, ni citas, ni ostias.

Ana al escucharme, parpadeo tras sus lentes. No se esperaba semejante rudeza en el lenguaje, pero asintió conforme.

Como el que calla otorga, continué en tono algo más paternal

- Si se acerca a ti o te llama, avisa inmediatamente a la policía. Lo detendrán y lo encerrarán tirando la llave.

Continué explicándoles como se desarrollaría el juicio y la fecha del mismo, y quedamos en llamarnos para que me dieran los datos de la amiga traidora.

También les recordé que Laura no vería a Andrei en el juicio por que declararía tras un biombo, y me dispuse a contestar las dudas y preguntas que tuvieran.

Tras aclarar detalles, nos despedimos en la puerta del juzgado.

Viéndoles marchar en dirección a la próxima parada de autobús, miré el reloj.

La hora de comer hacía rato que había pasado, pero en el bar que hay en los bajos de mi despacho tendrían un pincho de tortilla y una caña para mi.

Tras un paseo hasta el despacho, cuando me disponía a entrar en la cafetería, de nuevo sonó el móvil.

Controlé el juramento que me venía a la boca al comprobar que esta vez no era el teléfono de la guardia el que sonaba, sino el mío particular.

Llamada oculta, que gracioso.

- ¿Dígame?, contesté

Alguien con acento extranjero respondió

- ¿Sí, oiga, quién es? He recibido una llamada desde ese teléfono.

He de reconocer que sentí un escalofrío antes de colgar sin hablar, al reconocer la voz de Andrei.

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